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sábado, 24 de junio de 2017

Momias y banqueros en el Madrid de los años 20

Como invitado a fiestas aristocráticas o autor de obras eruditas, su nombre puebla los periódicos de la Restauración y de la dictadura de Primo de Rivera. No es un extraño en el Madrid de la época, donde, primogénito de una rica familia, con el peso de la saga a cuestas, dedica sus esfuerzos al mecenazgo y a presentarse como animador cultural. Ignacio Bauer y Landauer es moreno, luce ojos negros y un bigote notable; físicamente recuerda a sus antepasados, pero no posee ni su talento ni su olfato para los negocios. Su familia, de judíos húngaros, llega a España a mediados del siglo XIX, encargada de gestionar los intereses de la banca Rothschild en nuestro país: el palacio de la Alameda de Osuna, el de la calle San Bernardo, 53, o la Compañía de Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante, junto a una colección de arte con cuadros de Goya y Mengs, forman parte de sus posesiones más preciadas. Toda una herencia que, en 1931, se esfuma de golpe.

«Ignacio es un hombre muy manirroto y un rico heredero», resume Miguel Ángel López Morell, autor del libro «La Casa Rothschild en España (1912-1941)». «Los Bauer dominan la banca privada madrileña durante casi cien años. Él se dedica a su obra cultural y cuando se mete en el negocio es un desastre y se lleva por delante todo el patrimonio familiar, comprando las grandes editoriales», añade el también profesor universitario. La Compañía Ibero-Americana de Publicaciones tiene la culpa. Creada en 1926, la editorial, un proyecto ambicioso, se convierte «en su día la mayor de España, en la que están Rubén Darío o los hermanos Machado». Las deudas acumuladas por culpa del coleccionismo, el crack del 29 y una mala gestión se alían para arruinarla; una debacle con la que desaparece la fortuna de la saga y su popularidad. Sin embargo, una de sus aportaciones, la más brillante, perdura: la donación, en 1925, de la momia de Nespamedu al Museo Arqueológico Nacional.

A diferencia del Reino Unido, Francia o Alemania, la egiptología tarda décadas en asentarse como una disciplina que disfrute de promoción y reconocimiento en España. Su auge, durante los años 20, es fugaz, y se liga a uno de los hallazgos más míticos, comentados y explotados de la historia de la arqueología: la tumba de Tutankamón, faraón de la dinastía XVIII, descubierta intacta por el británico Howard Carter en 1922. Una de las estancias del arqueólogo en Madrid, en 1924, enciende esa pasión por el país de las pirámides: «Míster Carter, ¿qué sentimiento predominó en usted al penetrar en la cámara sepulcral?», le pregunta Javier Villaseca, periodista de ABC, durante su visita. En su respuesta vibra la emoción: «Ningún otro monumento funerario me había hecho experimentar con tanta solemnidad el sentimiento del sueño de la muerte».

¿Es la repentina popularidad de la egiptología la que empuja a Ignacio Bauer a comprar una momia? ¿Asiste el heredero a las charlas que el arqueólogo ofrece en España, estudiadas en la obra «Tutankhamón en España. Howard Carter, el duque de Alba y las Conferencias de Madrid» (Fundación José Manuel Lara, 2017)? Difícil saberlo, pero cabe imaginar que Ignacio, el hombre elegido para presidir la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria en 1925, está al tanto de la actualidad cultural de su ciudad, y lo suficientemente bien relacionado como para hacer una adquisición de ese tipo; de hecho, como cuenta un artículo de ABC de julio de 1926, Bauer, en una fiesta celebrada en su palacio de la Alameda de Osuna, se codea «con el señor Hassan Nachat Pachá», embajador de Egipto en España.

«Mi querido amigo, tengo el gusto de comunicarle que han llegado a Barcelona, el V. López [Vapor López y López], las dos cajas de antigüedades, adquiridas por mí en el Museo de El Cairo, con destino a nuestro museo nacional». Esa es la carta que Ignacio Bauer dirige al director del Museo Arqueológico Nacional, Don José Ramón Mélida, el 19 de mayo de 1925. El drama burocrático acaba de empezar. Durante cinco meses, Mélida intercambia cartas con el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, con la casa de transporte internacional V. Bertrand, con sede en Barcelona, y con el Marqués de Camarena, director de Aduanas, para lograr que las piezas arqueológicas lleguen a Madrid. El 10 de julio, ruega: «...para que lleguen en perfecto estado esas antigüedades, no sean removidas de sus embalajes, haga Vd. el favor de disponer que dichas dos cajas no sean abiertas en Barcelona, sino que convenientemente precintadas sean expedidas directamente a este Museo...».

Mélida no lo consigue. El 3 de septiembre de 1925, con las piezas al fin en sus manos, escribe lamentando el «considerable deterioro de una mascarilla de cera», sin duda causada por culpa del sol. En esa misma carta, describe el material recibido: «...[una momia] humana de una dama cuyo cuerpo se conserva fajado y revestido de cartonaje dorado con figuras y símbolos». Error. Como se sabe hoy en día, Nespademu fue un sacerdote egipcio del periodo Ptolemaico (s. IV-I a.C.), y no una mujer. Un lío causado por las condiciones de la adquisición; Bauer no obtiene la pieza gracias a una excavación, sino comprándola en el mercado de antigüedades; imposible, por tanto, conocer sus orígenes o el contexto de su hallazgo. Por suerte, un reciente estudio conjunto del Museo Arqueológico Nacional y del Hospital Universitario Quirónsalud ha permitido conocer más datos sobre su identidad.
Bauer, sin embargo, permanece en el olvido. Tras la quiebra, los artículos con su nombre se vuelven más puntuales, discretos: en 1934, participa en una iniciativa para conmemorar el VIII centenario del nacimiento de Maimónides en Córdoba; en 1949, se une a la junta de la Asociación de Amigos de Bécquer; ese mismo año, inaugura una sinagoga en la calle Cardenal Cisneros de Madrid. En noviembre de 1961, ABC publica su necrológica: «Un nombre que nada dirá a los jóvenes. En su retiro de Basilea ha muerto D. Ignacio Bauer, académico de la Real de Jurisprudencia y Legislación y correspondiente de las de Historia y de San Fernando, fundador de la Sociedad Española de Antropología y alma, con Amezúa, de los Bibliófilos Españoles, erudito ejemplar y escritor de talento [...] dicho sea en rápido repaso a la ingente actividad en mala hora cortada al arruinarse la Banca del patricio que hoy desaparece».

Fuente: abc.es

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